lunes, 17 de diciembre de 2007

Los invernaderos y el umbráculo de madera, Jardin botanico

Los invernaderos y el umbráculo de madera:




Cuando el Jardín Botánico se estableció, hace casi 200 años, en el huerto de Tramoyeres se realizaron obras para adecuarlo al uso científico y docente que iban a tener. Desde entonces, el Jardín ha seguido transformándose para poder atender en las mejores condiciones al cultivo de las plantas que formaban sus colecciones, a la investigación que se desarrollaba, y a la docencia que se impartía.

Durante este tiempo se han construido edificios, invernaderos y umbráculos, algunos han desaparecido, otros de gran valor arquitectónico aún se conservan y merecen nuestra atención.Desde que la Universidad se hizo cargo del huerto original fue necesaria la intervención de arquitectos para transformarlo en un jardín botánico.

En los primeros años se trazaron pasillos, se definieron los cuadros de plantación, se adecuaron las acequias de riego y se habilitaron aulas y despachos en la antigua alquería.Pero pronto fue evidente la necesidad de disponer de sitios adecuados para proteger los cultivos exóticos del frío, en invierno, y del sol y el calor, en verano. Los primeros invernaderos y umbráculos se construyeron siendo director José Pizcueta. Entre 1845 y 1850 se levantó, junto al lindero este, por donde discurre la acequia de Na Rovella, en el lugar que hoy ocupa el invernadero de la balsa, un invernadero de madera y vidrio proyectado por el arquitecto Timoteo Calvo.

El proyecto se conserva en el archivo de la Universidad como parte de la propuesta de restauración que elaboró Ildefonso Fernández en 1867. Fue un invernadero orientado al sur, con la estructura de madera apoyada en un muro de mampostería que lo cerraba por el norte y cubierta de una sola vertiente, también hacia el sur. Cubría una superficie de 180 m2, tenía 30 m de largo y 5 m en el punto más alto. Pocos años después se construyó a espaldas de ese invernadero, en el espacio que actualmente corresponde a la Montañeta, un umbráculo de unos 800 m2, con 57 columnas de madera y cubierta vegetal.Fueron unas construcciones útiles pero poco duraderas. La humedad y el calor facilitaron la descomposición rápida de la madera y en pocos años las instalaciones quedaron arruinadas.

La estufa tropical:

A mediados del siglo XIX se construyeron en los jardines botánicos más importantes de Europa grandes invernaderos de hierro y vidrio. En 1858 José Pizcueta planteó la necesidad de construir en el Jardín valenciano una gran estufa tropical de hierro y vidrio similar a las ya existentes en otros jardines europeos y, debido a su elevado coste, se solicitó apoyo económico al Ministerio de Fomento. Al año siguiente Pizcueta fue nombrado rector de la Universidad y desde su nuevo cargo impulsó la construcción de la estufa tropical. Para llevar adelante el proyecto se solicitaron estudios y presupuestos a varios constructores franceses, los cuales fueron desestimados por su elevado coste. Finalmente, el arquitecto valenciano Sebastián Monleón recibió el encargo de construirla.Sebastián Monleón Estellés, nacido en Valencia en 1815, desarrolló sus estudios en la Escuela de la Real Academia de San Carlos, de la que más tarde fue profesor. Fue también presidente de la Sociedad de Arquitectos. En estilo arquitectónico hay un predominio de los valores constructivos y funcionales sobre los formales o de estilo, en la línea de lo que se ha denominado racionalismo académico. Entre sus obras figuran la remodelación de las fachadas de la Plaza Redonda y, en su calidad de arquitecto de la Universidad, la del claustro de la antigua sede de la Universidad, en la calle de La Nave. Es autor también de importantes edificios como la majestuosa casa Oliag en la Plaza de Tetuán, el Asilo de San Juan Bautista, la Plaza de Toros y la antigua Facultad de Medicina, junto al Hospital General.La estufa o invernadero tropical, es la construcción más importante del Jardín Botánico, no sólo por su valor histórico, sino por ser una obra de gran valor arquitectónico, como ejemplo de la aplicación temprana en España de la arquitectura de hierro y vidrio. Está situada en el centro del Jardín y, por estar inspirada en modelos propios de climas más fríos, orientada al sur. Su construcción destaca por la sencillez, se trata de un gran toldo curvado de hierro y vidrio, de 24 m de longitud, 8,25 m de luz y 9 m de altura. La estructura arqueada sostiene 465 m2 de vidriera compuesta por 5.342 cristales.

La parte superior se apoya en un grueso muro de mampostería, que más tarde se aprovechó para adosar el antiguo edificio de dirección, y la inferior en un faldón de piedra. Sobre la cubierta se construyeron dos pasarelas que permitían el acceso a los toldos de sombreado. Años después de su finalización se colocaron cristales practicables en la fachada oriental para mejorar la aireación y enfriar el interior. Constructivamente es destacable que los perfiles que sustentan la vidriera y las pasarelas de mantenimiento que ciñen la cubierta, son autoportantes y no se apoyan en ninguna estructura auxiliar.

Con anterioridad a 1860 sólo se habían construido en España puentes de hierro con materiales franceses, diseñados y dirigidos por técnicos extranjeros. Sin embargo, tanto la estructura de perfil de hierro, laminado en caliente, como la vidriera del invernadero tropical fueron fabricadas, no sin muchas dificultades, íntegramente en España. La cerrajería se envió desde Bilbao y fue el cerrajero valenciano Francisco Seytre quien se encargó de curvar los perfiles y montar el armazón metálico. La cristalera la proporcionó la “La Coruñesa”, después de diversas gestiones en fábricas de Bélgica, París, Cartagena y Ávila.

El invernadero tropical del Jardín Botánico pasó a formar parte del elenco de edificios importantes construidos con hierro y vidrio en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX, entre los que cabe destacar la Palm House del jardín botánico de Kew, en Londres, obra de Turner y Burton, construida en 1848, el Crystal Palace, también en Londres, de Joseph Paxton terminado en 1851, Les Halles de París, de Baltard y Callet en 1857, la famosa fábrica de chocolate en Noisel sur Marne, construida en 1872 en las inmediaciones de París, por Jules Saulnier, obra clave en el desarrollo de la arquitectura con estructura metálica, y la ampliación de los almacenes Au Bon Marché en París, obra de Boileau y Eiffel, en 1876.

En el archivo de la Universidad de Valencia se conserva la documentación relacionada con la construcción de la estufa y, formando parte de ella, un plano del proyecto de Monleón que permitió llevar a cabo, entre 1989 y 1991, la restauración de la forma más respetuosos posible con el diseño original. Se conservó la estructura metálica original que, una vez eliminado el óxido, se trató con antioxidante y pintura. Se recuperó el pretil de piedra original incorporando un canalón para alejar humedades y se repuso la ventilación en el testero de levante. Además, se instalaron sistemas de riego, calefacción, humectación y sombreado con los que mantener las condiciones de luz, humedad y temperatura apropiadas para el cultivo de plantas de ambientes tropicales- húmedos.
El umbráculo:
Al arruinarse, a finales del siglo XIX, el umbráculo de madera construido en tiempos de Pizcueta, Eduardo Boscá, director del Jardín, planteó a la Universidad la necesidad de construir uno nuevo.El proyecto se encargó en 1897 al arquitecto madrileño Arturo Mélida y Alinari, por entonces arquitecto de la Universidad de Valencia, nacido en 1849. Además de arquitecto, Arturo Mélida, fue escultor, pintor y decorador, encuadrado en la corriente del romanticismo historicista del siglo XIX. Es autor del monumento a Cristóbal Colón erigido en Madrid en 1877 y de su sepulcro, actualmente en la Catedral de Sevilla.

Miembro de la Real Academia de San Fernando y consejero de Instrucción Pública, restauró el claustro de San Juan de los Reyes en Toledo y es autor del Palacio de Liniers en Burgos.Mélida concibió una gran cubierta semicilíndrica de estructura metálica apoyada sobre unas gruesas pilastras de ladrillo cara vista. Los arcos de 24 m de luz no se apoyaban en ningún elemento auxiliar y, en el centro, el umbráculo tenía una altura de 12 m. La sombra la producía un sistema de toldos dispuesto sobre la estructura que se extendían y recogían manualmente, para lo que diseñaron unas pasarelas laterales apoyadas sobre las pilastras y una cenital, sobre la estructura. El proyecto se completaba con la decoración de las barandillas, las pilastras de ladrillo y el arco de hierro con palmetas y vasos de estilo neogriego realizados en zinc repujado. La estructura cubrió una superficie de 560 m2.En 1987 el umbráculo se encontraba en un estado lamentable, los toldos de sombreado habían sido sustituidos por una cubierta permanente de ramas de brezo, que había sido invadida por distintas plantas trepadoras, las pilastras de ladrillo estaban agrietadas y en ellas se habían instalado árboles y arbustos que aceleraron el proceso de deterioro.

Finalmente, el umbráculo sufrió un incendio que dejó la estructura metálica totalmente oxidada y retorcida y que terminó de arruinarlo.Como en el caso del invernadero tropical, para la restauración del umbráculo se hizo un estudio preciso del proyecto original, tanto de la memoria, como de los planos de Mélida, conservados en el archivo de la Universidad. Con ello se consiguió una fiel reconstrucción de esta magnífica pieza arquitectónica.










La estructura metálica y las pilastras no pudieron mantenerse y fueron demolidas. Los arcos de hierro se sustituyeron por otros nuevos y entre ellos se dispusieron perfiles de hierro que, sustituyendo a los antiguos toldos, producían la sombra necesaria. Se reconstruyeron las pilastras de ladrillo reutilizando, en lo posible, los ladrillos macizos recuperados de las columnas demolidas, que sirvieron también de modelo para fabricar los que se necesitaron para completar la obra y para trazar los bordillos de los caminos.No existían restos ni constancia documental de que los elementos ornamentales hubieran sido ejecutados en su día. Mélida estableció en la memoria del proyecto que se realizaran en zinc repujado, técnica que hoy día sólo conservan algunos orfebres a los que se consultó, resultando inviable su reposición con este material. Por ello y a partir de los dibujos del proyecto se tallaron moldes de madera que luego se ejecutaron en fundición de hierro. También se recuperó la balsa central para riego eliminada en la reforma de 1966 y el trazado original de pasillos y cuadros de plantación.











Otros invernaderos y el muro:

Con la construcción de la estufa tropical no se resolvieron todas la necesidades que tenía el Jardín para producir plantas, realizar ensayos y proteger colecciones específicas. A finales del siglo XIX se abordó la construcción de nuevos invernaderos y se sustituyeron los de madera que estaban totalmente arruinados. Así se construyeron los invernaderos menores, la Caseta del Romero y el invernadero de la balsa.El invernadero de la balsa, construido en 1888 en sustitución del antiguo de madera de Timoteo Calvo, sigue el modelo del invernadero tropical, pero es de factura más convencional. Los perfiles que soportan los vidrios se sustentan en una estructura principal de vigas doble T. Los arcos se apoyan en un muro de mampostería situado en el lado norte y en un faldón de piedra, que hace de base. Tiene una altura máxima de 6 m y cubre una superficie de 150 m2. Durante la restauración se instaló en él calefacción, sombreado y riego para conseguir las condiciones del cultivo apropiadas para dedicarlo al cultivo de palmeras tropicales.Frente al invernadero tropical se situaron cuatro pequeños invernaderos de hierro y vidrio, construidos durante la dirección de José Arévalo Baca. Los cuatro presentan características semejantes, están construidos a doble vertiente acristalada y enterrados hasta una profundidad de 1,5 m. La cubierta se sustenta sobre unos arcos apuntados apoyados en el suelo que se elevan hasta 3,5 m. Cada uno de ellos cubre una superficie de 40 m2 y sus ejes principales están orientados en dirección este-oeste, exponiendo una vertiente al sur y la otra al norte, al interior se accede por unas escaleras de obra situadas entre ellos. Fueron concebidos como estufas de producción y allí se realizaban las siembras y estaquillados para obtener plantas que luego eran trasladadas a las diversas colecciones del Jardín. Este uso se mantuvo hasta 1990. Con la restauración del Jardín se realizaron modificaciones para permitir la exposición al público de pequeñas colecciones de plantas. Además fueron dotados de modernos sistemas de calefacción, humectación, riego y sombreado para alcanzar en ellos las condiciones ambientales más propicias para el cultivo de helechos, orquídeas, bromeliáceas y plantas carnívoras











El invernadero conocido como la Caseta del Romero, es la antigua estufa de los helechos. Situado detrás del invernadero de la balsa, a él se accede por una caseta antiguamente ocupada por la caldera de la calefacción. En su construcción domina el ladrillo cara vista que cierra completamente la caseta de acceso, con tejado a cuadro vertientes, y los laterales del invernadero, como los anteriores parcialmente enterrado. La estructura metálica original estaba muy deteriorada por lo que fue sustituida por una carpintería de aluminio autoportante. Respetando el proyecto original, se mantuvieron las dos vertientes planas de la cubierta, que se renovó completamente, así como las ventanas de aireación a lo largo de la pared. Este invernadero se dedicó al cultivo de plantas crasas, por lo que no fue necesario instalar en él sistemas de calefacción ni humectación.Otra de las construcciones recuperadas fue la antigua estufa fría. Formada por una estancia única y diáfana, con muros de mampostería, grandes ventanales, estructura de cerchas de madera y cubierta de teja, se encontraba totalmente transformada al haber sido dedicada a usos distintos de los originales y convertida en un acuario. El espacio estaba tabicado, los ventanales cegados y las cerchas, cubiertas por un falso techo, con un grave ataque de termitas. Con la restauración se consiguió recuperar su antiguo esplendor abriendo de nuevo los ventanales y renovando completamente las cerchas de madera y la cubierta de teja. Actualmente alberga una sala multiusos.Un elemento arquitectónico original es la tapia de cerramiento del Jardín, característica de los antiguos huertos valencianos, que cerraba también el de Tramoyeres. En muy mal estado, se rehabilitó manteniendo su carácter opaco pero dotándola de un apilastrado, más acorde con el nuevo uso como jardín, de forma que por el interior sirve de soporte a la colección de plantas trepadoras. Igualmente se restauraron los registros que, desde el Jardín, permiten el acceso a la acequia de Na Rovella, que discurre a lo largo del lindero este.










El edificio de investigación:










Para completar el ambicioso proyecto de restauración del Jardín Botánico planteado en 1987, una vez rehabilitadas las colecciones de plantas vivas y, con ellas, los antiguos edificios, sólo faltaba dotarlo de una estructura adecuada para poder atender adecuadamente a las actividades científicas, docentes y de educación ambiental que debe desarrollar un jardín botánico moderno.La construcción de un edificio de investigación era imprescindible para abordar todos los proyectos científicos, educativos y culturales que se planteaba el Jardín. El proyecto se encargó a Carlos Bento y Luis Gay, los arquitectos que habían dirigido la rehabilitación de las construcciones históricas, y se buscó un emplazamiento que en ningún caso afectara a las plantaciones del Jardín ni a su trazado o estructura. Por ello el nuevo edificio se sitúa en el extremo sur del Jardín, ocupando una franja de terreno colindante, de unos 1.200 m2, recayente a la calle Quart, en la cual ya existían edificaciones antes de 1802, cuando el Jardín se trasladó al huerto de Tramoyeres. En 1987 estas construcciones estaban en estado de ruina. El edificio está ubicado en un entorno de viejas construcciones y se integra en un barrio de marcado carácter residencial y de una cierta tradición artesanal que todavía pervive a pesar de estar siendo objeto de una profunda renovación.El edificio proyectado responde a la necesidad de disponer en el Jardín Botánico de un centro bien equipado para poder desarrollar, en condiciones adecuadas, todos los aspectos que exige la investigación botánica moderna. Al mismo tiempo, debía dar respuesta a las necesidades de proyección social, divulgación y acción educativa y cultural propias de un jardín botánico actual.Por ello se planteó la construcción de un edificio que además de resolver el complicado juego de relaciones contrapuestas en las heterogéneas funciones que se le asignan, trata de configurar una simbólica "entrada principal" o "puerta de entrada", que marca los límites o la frontera entre los espacios urbanos contaminados de pragmatismo y los espacios públicos del interior, cerrados o abiertos, pero reservados a la silenciosa contemplación de la naturaleza y al estudio de sus leyes y normas reguladoras.
A partir de un simbolizante patio circular, cuyo eje principal trata de concatenarse con el eje director de los recorridos principales del Jardín y de sus masas arbóreas, se superpone, cruzado, un eje ortogonal menor que, en planta baja, encadena todos los ámbitos cerrados a los que pueden acceder visitantes y curiosos. Este patio es el centro que distribuye, y en el que concurren, todos los recorridos y permite, en un juego de compresión y descompresión, el acceso desde la calle al interior del Jardín. Su planta circular respeta escrupulosamente la presencia de un almez (Celtis australis) de 70 años, así como la fachada posterior, que se curva ante la presencia de un gran ejemplar de Osteomeles schwerinae.Las plantas altas, sin embargo, quedan reservadas a las actividades de investigación y estudio. En ellas encuentran su ubicación el herbario, la biblioteca y el banco de germoplasma y se suceden los laboratorios, despachos y demás estancias que necesitan una situación más aislada, con menos tránsito y bullicio, y con mejor iluminación natural durante el díaFormalmente, el edificio, es la respuesta arquitectónica más fiel posible a la acumulación de funciones producida dentro de un contenedor que trata de expresar una estética de denominador común. Eso sí, con un criterio dialogante con las arquitecturas de su entorno y con una vocación de modestia corporal evidente que le lleva a ser un paralelepípedo volumétrico, rematado en su cornisa por una modulada columnata y puntualizado por una semi-barroca puerta de entrada, recuerdo de los significados moriscos de la historia pasada.Proporcionalmente se respeta la escala impuesta por la vecina iglesia de San Sebastián. Su imposta marca los límites de altura del edificio y con ello se crea un encintado figurado que corona, de alguna manera, el conjunto edificatorio de la plaza.La situación de la puerta de entrada al recinto obedece al respeto que merece el eje estructurante de los parterres del Jardín Botánico, que cruza en ese punto con el eje urbano de la calle Quart, y que articulado con la Plaza de San Sebastián, a través de un zig-zag, también rememora viejas líneas quebradas de la historia de la arquitectura española con inspiraciones moriscas.Los materiales empleados en las fachadas exteriores y en la del patio central son piedra caliza de Ulldecona, hormigón visto y panel de aluminio lacado. Su utilización, soluciones constructivas y despieces, son un compromiso entre el entorno clásico del edificio, y su carácter de puerta del Jardín Histórico, y su fidelidad al momento en que es construido.















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