miércoles, 28 de noviembre de 2007

El siglo XIX


La historia de Valencia, como en buena medida la del resto de Europa, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX estuvo marcada por las repercusiones de la revolución francesa.


Ante la noticia de las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII y del levantamiento de Madrid el 2 de mayo frente a las tropas napoleónicas, el pueblo valenciano se alzó en armas el 23 de mayo de 1808 enardecido por las arengas de personajes como el Palleter. Los amotinados tomaron la Ciudadela y constituyeron una Junta Suprema de gobierno que se hizo cargo de la ciudad y se aprestó a la defensa. En el tenso ambiente revolucionario, el sector más radical de la revuelta asaltó la ciudadela y pasó por las armas a cuatrocientos civiles franceses allí guarecidos.


El 28 de junio se produjo un primer ataque del ejercito napoleónico al mando del general Moncey, que fue heroicamente rechazado. Posteriormente, el general Suchet repitió el cerco por dos veces, consiguiendo su objetivo el 9 de enero de 1812, después de varios días de incesantes bombardeos. Su control sobre la ciudad fue breve, pues en julio de 1813 debió abandonarla ante la retirada del ejército francés.


Durante los años de invasión napoleónica los valencianos celebraron elecciones a diputados y enviaron sus representantes a las Cortes de Cadiz, donde se redacto una constitución de carácter liberal y antiseñorial.


Un año después de la salida de las tropas de Suchet, en mayo de 1814, Fernando VII regresó a la península a través de Valencia, hizo una escenográfica entrada triunfal y se instaló en el palacio de Cervelló, derogando de inmediato la constitución aprobada en Cádiz e instaurando un régimen de carácter absolutista. La ciudad vivió esos años bajo las órdenes del general Elío, que la gobernó con mano dura.


La historia de Valencia durante el reinado de Fernando VII e incluso después, es sustancialmente la del resto de España: una etapa de conflictos entre los partidarios de un régimen absolutista que se desmorona por momentos y los adeptos del liberalismo, que no acaban de hacerse con el poder. Pero en Valencia se vivieron algunos de los episodios más notables. En marzo de 1820, durante el Trienio Liberal (1820-23), Elío fue encarcelado y tres meses después ejecutado. Durante la etapa ultra-conservadora que siguió a continuación (la llamada Década Ominosa, de 1823 a 1833), se llevó a cabo una represión implacable contra liberales y masones a cargo de la fuerzas del Estado y de la Inquisición, quien ejecutó en Valencia a su última víctima en 1824, Cayetano Ripoll, un maestro acusado de "deista" y "masón".


Tras la muerte de Fernando VII en 1833, durante la regencia de María Cristina y el posterior gobierno progresista del general Espartero, se liquidó definitivamente el Antiguo Régimen, consolidándose el estado liberal. Fueron años difíciles, en los que la ciudad vivió un clima revolucionario, con enfrentamientos entre liberales y republicanos, y en permanente amenaza por las tropas carlistas de Cabrera que, bajando desde el Maestrazgo, asolaban la huerta. Fue desde Valencia donde María Cristina partió al exilio en octubre de 1840, tras fracasar un acuerdo con Espartero, y fue a esta misma ciudad donde regresó tres años después, ante el alzamiento del general Narváez, que depuso a Espartero y proclamó a Isabel II como reina.


El reinado de Isabel II constituyó una etapa de relativa estabilidad y de crecimiento para Valencia. El ayuntamiento, como el país en su conjunto, pasó a manos de una burguesía moderada, personajes enriquecidos con las negocios urbanísticos realizados al amparo de la demortización, con la prestación de servicios a la comunidad (abastecimiento de agua, pavimentado, gas, transportes), o con operaciones financieras.


Con todo, el agitado contexto ideológico reflejo del que se vivía en Europa y los excesos reaccionarios de la corona desembocaron en la revolución de 1868, "la Gloriosa". Isabel II marchó al exilio, se redactó una constitución progresista y se formó nuevo gobierno presidido por el general Prim, quien se encargó de buscar un candidato para ocupar el trono, encontrándolo en Amadeo de Saboya. El nuevo rey gobernó de acuerdo a la constitución durante cuatro años plagados de conflictos políticos (entre los borbones partidarios de la restauración, los carlistas, los republicanos federalistas y los socialistas), pero finalmente abdicó en 1873, proclamándose la Primera República.


En medio de un ambiente radicalizado, se desató la insurrección cantonalista. El Cantón de Valencia, proclamado el 19 de julio, no tuvo el carácter revolucionario que alcanzó en otras zonas de España, pero el gobierno de Madrid decidió ahogar la rebelión con las armas, enviando tropas al mando del general Martínez Campos, nombrado capitán general de la plaza, quien el 7 de agosto entró en la ciudad tras someterla a un intenso bombardeo. Apaciguado el conflicto, el militar buscó apoyos en ella para promover la Restauración de la dinastía borbónica, y tras el pronunciamiento de Sagunto y la ocupación de Valencia, dio un golpe de estado que derrocó al gobierno republicano. Alfonso XII, hijo de Isabel II, llegó a Valencia, camino de Madrid, el 11 de enero de 1875, y poco después fue proclamado rey.


Valencia fue la cuna de la Restauración borbónica, pues destacados miembros del patriciado local contribuyeron a su advenimiento y ayudaron a construir el sostén político del sistema, el bipartidismo entre conservadores y liberales, mediante el clientelismo y el caciquismo. La estabilidad entre ambas formaciones comenzó a venirse abajo, no obstante, con la concesión del sufragio universal masculino en 1890, a partir de lo cual el republicanismo, con Vicente Blasco Ibáñez al frente, ascendió considerablemente hasta convertirse en la fuerza más votada en la ciudad.

En los años setenta cobró fuerza un movimiento cultural comprometido con la recuperación de la lengua y las tradiciones valencianas, la Renaixença, que había dado sus primeros pasos dos décadas antes con la convocatoria de los primeros Jocs Florals. A las posturas iniciales, más cercanas al romanticismo y a la evocación nostálgica, con Teodor Llorente a la cabeza, vinieron a enfrentársele los planteamientos más reivindicativos que encarnaban personas como Constantí Llombart, creador de Lo Rat Penat.


Desde el último cuarto de siglo Valencia comenzó a crecer de forma decidida. El derribo de las murallas en 1868, una vieja aspiración por la que pasaban todas las ansias de modernidad, fue la señal de salida para el asalto de las áreas periféricas. La apertura de las grandes vías, previstas en los planes de Ensanche, potenciaron la rápida urbanización del sector oriental, con una trama viaria ordenada, que se pobló de edificios de estilo modernista y ecléctico, muchos de los cuales todavía existen. En el resto, en especial en la otra orilla del Turia, la urbanización se retrasó hasta bien avanzado el siglo XX. La otra manifestación del carácter expansivo de Valencia fue la anexión de los municipios periféricos, desde el Grau o el Cabanyal a Patraix, Campanar o Benimaclet.

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